sábado, 17 de octubre de 2015


Nos dejamos de echar, pasamos de echarnos de menos, a echarnos de más. No sé cómo, pero un día cambió, cambiamos, nos rompimos. Perdimos, nos perdimos. Es doloroso voltear, voltear la vista hacía un lado, hacía el otro, atrás, y ver que ya no estas. 
No nos valoramos. Y duele.
 Duelen los años. Duelen los momentos, los recuerdos. Las fotos de los dos que aun conservó atrincheradas en la pared de mi habitación. 
Duelen los lugares, cada rincón por el que un día caminamos de la mano.
 Duele el presente, duele y no estas. 
Duele lo que no te dí, lo que nos dejamos de dar, lo que no volveremos a recibir el uno del otro. Duele hasta lo que ya no será. Duele y a veces es tan difícil seguir ocultándolo.
Me duele tu risa retumbando en mi cabeza, tus carcajadas tras una batalla de cosquillas en las que acababas ganando a base de besos. 
El lado del sofá que ahora esta vacío. Las tazas para dos que un día brotaban de café.
Mi piel lo nota, ya no estás, y te echa de menos. El tacto de tus labios deslizándose por ella. Anhelar cada una de tus caricias, tus rabietas de niño pequeño.
Cierro los ojos y siento que estás aquí, me rocío de tu antigua fragancia,
y estás presente, conmigo, en mi sofá,
entre mis sábanas, tras mi piel, en mi mente de forma constante.
Me duele que ahora solo nos quedé eso.
Que me quedé eso.
Que no quede.